21/6/09

Mujer y Espejo

Llegué a la Plaza pasadas las doce del día. Al fondo el espejo. Me parece que debiera estar empotrado en la pared y no apoyado, como estaba en el piso. Me parece intrascendente su presencia. Me parece que existe un simbolismo instalado ya en el imaginario de la gente cuando se habla de un espejo. En ello pienso cuando aparece una mujer, quizás al final de sus cuarentas, aunque quizás su roce con la vida marra una edad menor.
A pesar de su porte estrafalorio hay un dejo de elegancia y belleza en su andar, su indumentaria y sus modales; esos atributos, sin embargo, se explican solamente si imagino
su silueta transportada desde otro mundo.
¡"La Congelada de Uva"!, escupo vulgarmente cuando la veo abrir las piernas como si quisiera mostrar como un espejo negro, su sexo a la Plaza, el Templo y la Fuente. Se pone de pie urdiendo mil coqueterías, se levanta la falda corta color caqui y muestra al mundo sus nalgas. ¡Se prueba un par de los zapatos que señalaban la ruta de Leona Vicario hasta el espejo y, desde casi el centro de la Plaza, decididamente camina hasta el Espejo!

Absorbida por el poder del azogue posa completamente embebida de sí misma y recibe a cambio el obsequio de una vista hermosa de belleza que a nosotros, los simples, nos tiene subyugados. Ese atisbo de su intimidad que por lo menos tres de nuestros gadgets intentan apresar obscenamente, nos transporta a un mundo fuera de éste, adonde todo es perfección y gracia.
El mundo se para, se detiene, y ahora estoy convencido que la realidad fue fugazmente la que reflejó el Objeto. Fuimos unos momentos no otra cosa que imagenes irreales que la Diosa observaba desde esa otra realidad perfecta: Allá dentro quizás fuimos Otros, mejores; seguíamos conversando y perteneciendo simplemente, como ella y todos los viandantes, al mundo.
No fue el Espejo quien dio nuevo sentido a la vida ; fue la epifanía del reflejo femenino la que resignificó y transmutó al mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario